Cavenaghi
festeja su gol 107 perseguido por Solari, su asistente en el cuarto gol
millonario de la tarde.
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Domingo 19 de abril. 18:15
horas. Fecha 10. Ese domingo se vieron las caras River y Banfield en el estadio
Antonio Vespucio Liberti. Un partido que no fue un partido más. Si no era un
clásico y no era un partido decisivo en el campeonato… ¿por qué fue tan
importante?
Ese día, muchísimos
condimentos hicieron el encuentro diferente. Para empezar, la gente lo tomó
como un partido “despedida” a sus gladiadores. El monumental vivió una fiesta
en las tribunas, no entraba un alfiler en ninguna parte del estadio. Las
tribunas Sívori, Belgrano, San Martín y Centenario explotaban de hinchas
millonarios. Era el partido previo al juego en la Bombonera , frente al
clásico rival, el conjunto de La
Rivera.
El club del sur venía
golpeado a Núñez, tras la derrota ante Lanús en condición de local (con todo lo
que implica perder un clásico de local), pero con una fe intacta. La fe que
caracteriza a los equipos de Matías Almeyda. Ese histórico volante central que
tanto le dio a River como jugador y técnico volvía a su casa, al club que lo
vio nacer, donde la gente lo hace sentir local sin importar en el banco que se siente.
Volvía a la cancha que ama y volvía a encontrarse con otro ídolo del club,
actual entrenador de “la banda” y ex compañero de épocas gloriosas. Marcelo
Gallardo. 65.000 gargantas gritando “Pelado, Pelado” abrazaron el corazón de
Almeyda, lo que agradeció con el alma entre emociones encontradas.
Inicio del partido,
River con la camiseta suplente roja con una banda negra y blanca. Banfield, con
su clásica indumentaria blanca atravesada por una franja verde.
El Millonario avisaba
desde el arranque y la gente también. En varios tramos del partido se
escucharon cantos recordando el tan esperado superclásico del país que se
aproximaba. Fernando “El Torito” Cavenaghi intentaba a los 8´ con un gran
auto-pase que lo dejaba en la medialuna del área visitante, pero su tiro se iba
desviado al igual que los de Gonzalo Martinez y Ariel Rojas unos minutos
después. A los 20´, Sebastian Driussi abría el marcador con un tiro desde la
puerta del área inatajable para el arquero visitante Bologna, que en el segundo
tiempo sería reemplazado por una lesión. Rápidamente se adelantaba en el
resultado el local. La primera etapa no tuvo mucha acción más que unos disparos
sin peligro de ambos conjuntos. River se fue al descanso con una mínima ventaja
y con algo de inquietud, ya que no podía controlar el partido al 100% como le
gusta a su entrenador. Hubo que esperar hasta el minuto 71 para vivir una nueva
emoción. Tiro de esquina desde el sector
derecho ejecutado por el autor del primer tanto, que fue conectado por un gran
cabezazo del segundo saguero central, Ramiro Funes Mori. Era el segundo para el
equipo conducido por Gallardo, que empezaba a sentenciar el partido. Pero 10
minutos más tarde, el colombiano Mauricio Cuero ponía el descuento para el
verdiblanco gracias a una estupenda asistencia de Juan Cazares que lo dejó mano
a mano con el arquero local Marcelo Barovero, lo que generó expectativas en el
plantel y cuerpo técnico del Taladro. Expectativas que dos minutos más tarde
fueron sepultadas con el gol de Fernando Cavenaghi. Centro rasante de Gonzalo
“pity” Martínez controlado por el Torito con su pierna derecha, que después de
un amague corto, se deshizo de la marca de Sergio Vittor y remató fuerte a su
palo más lejano.
El cuarto tanto también
fue del 9 millonario, pero fue un gol diferente…especial. No solamente por la
increíble definición de taco tras el desborde de Augusto Solari (ingresado por
Matías Kranevitter a los 30´ de la segunda etapa), ni por ser el generador de
la goleada que alegraba al estadio. Fue especial porque llegaba a los 107 goles
en su cuenta personal en el club. Ese tanto le permitía entrar en la tan lujosa
lista de los 10 máximos goleadores del club más grande del país. Desde la
tribuna Belgrano alta, a más de 30 metros de él se podía observar su rostro.
Ese rostro demostraba expresiones increíbles de emoción, orgullo, fanatismo y
esfuerzo. Era la emoción de un hincha cumpliendo su sueño. Era el orgullo
propio que sentía al ver su nombre dentro del top ten de goleadores. Era el
fanatismo que ni él podía creer al verse en esa prestigiosa lista con nombres
de ídolos como Ángel Labruna, Norberto Alonso, Enzo Francéscoli, Bernabé
Ferreyra y otras estrellas resaltadas en la historia del club y del país. Era
el esfuerzo del chico que debutó a los 18 años cuando corría el año 2001. Que
fue vendido a Europa en 2004. Que
decidió volver al club de sus amores en el peor momento de la historia de la
institución. Que devolvió a River a la categoría de la que nunca se debió ir.
Que no fue tenido en cuenta por Almeyda apenas ascendido y debió buscarse otros
rumbos nuevamente en el viejo continente. Que volvió porque sabe que no puede
alejarse de su pasión, de su eterno amor, de su lugar en el mundo, del Club
Atlético River Plate.